Mírame, no soy invisible

Entrar en la cincuentena es como como ponerse la capa de invisibilidad de Harry Potter. A esa edad, muchas mujeres tenemos la misma sensación: de repente es como si los otros dejaran de vernos, como si nos convirtiéramos en invisibles.

Ya sea en el trabajo o en la calle, experimentamos esa indiferencia. De repente, los hombres nos ignoran y en los ojos de los jóvenes leemos un ligero desdén, parecido al desdén con el que, a su misma edad, nosotras gratificábamos a los ‘mayores’.  

La maldición de construirse a través de la mirada de los otros

Según los psicólogos, esa invisibilidad la sentimos de forma muy violenta porque las mujeres nos construimos en la mirada de los otros. Desde muy jóvenes tomamos conciencia de que los otros nos observan, nos examinan, nos juzgan, valoran nuestras caras, nuestros cuerpos, nuestra ropa. Crecemos tratando de responder a la mirada de las otras mujeres y, sobre todo, a la de los hombres.

Nos vestimos, nos maquillamos y arreglamos para seducir, para que nos aprecien y consideren de una u otra forma. Por eso, cuando un día dejan de mirarnos, nos sentimos como si hubiéramos desaparecido.

¿Pero por qué nos volvemos invisibles?

Psicólogos, historiadores y sociólogos relacionan esa indiferencia social hacia nosotras con la menopausia y, por tanto, con el final de la fertilidad. Como si el atractivo de una mujer dependiera de su capacidad para procrear. Pero ¿cómo un concepto tan trasnochado puede seguir vigente en el imaginario colectivo? En tiempos de nuestras bisabuelas, vale, una mujer de 50 años era vieja, pero hoy muchas mujeres en la cincuentena están y se sienten mejor que nunca, más libres, más fuertes, más seguras de sí mismas y, en el terreno sexual -aunque los hombre parezcan ignorarlo- más conscientes de sus deseos y de su cuerpo.

Es como si los estereotipos sobre la mujer en la cincuentena llevaran décadas de retraso frente a la realidad.

Medios de comunicación y redes sociales: un arma de doble filo

En ese contexto, los medios de comunicación y las redes sociales se han convertido en un arma de doble filo. Por un lado, piden a las mujeres que se muestren auténticas y sin maquillaje, que se «acepten» como son y, por otro, idolatran a las que saben mantenerse delgadas, bellas, jóvenes (aunque sea gracias al bisturí) y, en definitiva, sexualmente atractivas, según cánones predefinidos del atractivo sexual.

En su libro «L’été où je suis devenue vieille» («El verano en que me volví vieja»), la profesora de literatura franco-estadounidense Isabelle de Courtivron lo explica de forma notable:

Isabelle de Courtivron

Lo mismo sucede en el implacable mundo del cine donde, pasados los cincuenta, solo sobreviven un puñado de estrellas femeninas que, como se subraya en los titulares: «Demuestran que se puede estar más que estupenda pasados los 50«. Dicho en otros términos: son actrices que no parecen tener más de cincuenta.

Se trata, en el fondo, de un edadismo teñido de aceptación social.

Mujeres en la cincuentena: un poderoso grupo social

El error de base de todo este edadismo teñido de aceptación es que se olvidan de un punto esencial: que las mujeres entre los 48 y 64 años nos hemos convertido en un poderoso grupo social con un importante poder adquisitivo. 

En los países desarrollados y envejecidos, cada vez somos más numerosas y estamos mejor preparadas. En España, por ejemplo, somos la generación del «baby boom», la de la explosión demográfica y, por tanto, la más numerosa como se observa en esta pirámide de población.

Fuente: Ministerio de Sanidad de España

Hay más de 6,4 millones de mujeres baby boomers, nacidas y criadas en plena transición hacia la democracia, que hemos evolucionado y prosperado con el país y ahora nos acercamos a la jubilación con un buen nivel de recursos económicos, según un reciente estudio de CaixaBank.

No saben cómo catalogarnos ni atender a nuestras necesidades

Y sobre todo, somos mujeres con problemas específicos para los que la economía y la sociedad no proponen soluciones. Muchas de nosotras se encuentran atrapadas entre dos generaciones: la de sus padres, que se hacen viejos y a los que hay que cuidar, y la de sus hijos, que salen de la adolescencia o inician sus estudios.

Es como si estuviéramos en una zona gris, mal definida, y la sociedad no supiera muy bien dónde colocarnos. Así que las opciones que se nos ofrecen son muy limitadas: o nos metemos con fórceps (y bisturí) en el molde de las jóvenes -donde no nos quieren- o aceptamos ser catalogadas de viejas o ‘senior’, como se empeñan en llamarnos en las empresas.

No quiero parecer lo que no soy y quiero que me valoren por lo que sí soy.

No quiero parecer lo que no soy y quiero que me valoren por lo que soy

Pero yo no quiero ni lo uno ni lo otro. Quiero sentirme bien conmigo misma, con mis canitas, mis incipientes arrugas y mis cincuenta holgados en el contador. Deseo estar en forma y gustarme, pero no quiero parecer lo que no soy y quiero que me valoren por lo que sí soy: una mujer en su mejor momento, con experiencia, madurez y sentido común.

Y soñaría con que esta sociedad en la que vivimos se diera cuenta de todo lo que se pierde por darnos de lado, que se diera cuenta de que una mujer en la cincuentena es un valor seguro en una empresa, que se diera cuenta de que somos muchas, somos estupendas y podemos hacer grandes cosas. Estad orgullosas de vosotras y reivindicad vuestro espacio.

Un abrazo, mujeres maravillosas.

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