Le miro, me mira. Hay electricidad en el aire. Se me hace la boca agua solo con pensar en él, caliente y tan tostado… Daría cualquier cosa por partir en dos ese cruasán que me suplica, por untarlo generosamente con mantequilla, pero cuando lo intento, mi odiosa voz interior, insufrible desde que se ha obsesionado con la comida sana, me hace sentir culpable.
«¿Azúcar? ¿En serio?¿No sabes que eso es veneno puro? Mira, aquí lo dice bien claro. El azúcar es responsable de sobrepeso, diabetes, alteraciones hepáticas, enfermedades cardiovasculares, cáncer», me dice al oído la desgraciada.

– ¿Y la mantequilla? Grasas saturadas, colesterol y las arterias como butifarras. ¿Y los hidratos de carbono? ¿No respetas tu cuerpo? Desayunando así no duramos más de dos telediarios, continúa diciendo mi voz interior, mientras yo la detesto cada minuto un poco más. Lo que deberías tomar es aguacate, batidos con espinacas y kale, limón, semillas y frutos secos, añade.
– ¿Para desayunar?, le pregunto sorprendida.
– Sí, claro. El desayuno, como dicen «los que saben», debe ser salado.
– ¿Salado? ¿Y mi cafetito con leche? ¿y mi cruasán del domingo? ¿y mi zumo recién exprimido?
Bombardeo continuo de información sobre «lo que debemos comer»
El bombardeo continuo de información, a menudo contradictoria, sobre lo que debemos o no debemos comer, ha convertido la función básica de alimentarse en una montaña rusa emocional. Muchos nos venimos arriba cuando conseguimos perder 500 miserables gramos a fuerza de pasar hambre, antes de caer inevitablemente al vacío de la tentación.
Desde los medios de comunicación y las redes sociales, unos y otros nos dan lecciones y nos venden dietas milagrosas que lo único que consiguen es amargarnos la vida.

Dietas cero azúcar o cuando el azúcar se convierte en el villano más buscado
¿En qué momento zamparse un helado dejó de ser un dulce placer culpable, para convertirse una violación grave del estricto método «0 azúcar» en el que nos hemos embarcado?
Guerra a los carbohidratos
¿En virtud de qué, los hidratos de carbono, antaño imprescindibles, se transformado ahora en nuestros peores enemigos? Todo empezó con el gluten, pero ahora, la maldad se ha generalizado y abarca desde las patatas (¡oh, villanas!) al pan que ha acompañado a los humanos desde tiempos inmemoriales.

Proteínas para ponernos todos cachas
Mientras tanto, las proteínas han seguido el camino inverso. Ahora parece que todos necesitamos ser culturistas y meternos proteínas entre pecho y espalda en todas las comidas para «alimentar» nuestros músculos.
Dietas paleo
Los gurús de las dietas Paleo nos quieren devolver a la edad de piedra. Los de los jugos detox, nos proponen mejunjes sanísimamente repulsivos.

AYUNO INTERMITENTE
Y luego están los adictos al ayuno intermitente, que convierten el hecho de dejar de comer en un objetivo existencial: empiezan con 10 o 12 horas de ayuno al día («vale, eso es fácil»), luego 14 o 16 y, al final, hasta 18 o 20… (eh, eh, parad ya, ¿y aquí cuándo se come?»)
OZEMPIC O INYECTARSE MEDICAMENTOS PARA ADELGAZAR
Pero los peores, los peores con diferencia, son los influencers que han promovido medicamentos para adelgazar del tipo Ozempic, cuyo uso se extiende sin medir las consecuencias, que pueden llegar a ser graves.
Por si os lo preguntáis, Ozempic es un antidiabético inyectable y su lista de eventuales efectos secundarios graves es larga como un brazo, entre ellos, la página en español del medicamente señala: «Posibles tumores en la tiroides, incluso cáncer. Dígale a su proveedor de atención médica si le sale un bulto o tiene hinchazón en el cuello, tiene ronquera, dificultad para tragar o le falta el aire. Podrían ser síntomas de cáncer de tiroides». ¡Yo no bromearía con este medicamento!

TRASTORNOS ALIMENTICIOS EN LA CINCUENTENA
Multitud de jóvenes se imponen normas dietéticas draconianas -paradójicamente, al mismo tiempo que las tasas de obesidad se disparan-, pero lo que es menos conocido, es que hay otro grupo de edad muy afectado por las obsesiones y los trastornos alimenticios: los mayores de 50 años, sobre todo mujeres, pero también muchos hombres.

En esa década de transición, la imagen que tenemos de nuestro cuerpo se distorsiona, mientras tratamos de aferrarnos a un ideal de juventud. Ganamos peso, por un cúmulo de factores, entre ellos los hormonales.
El vértigo del tiempo que pasa nos vuelve permeables a las promesas de superalimentos, complementos y otros milagros que nos garantizan a eterna juventud o prometen protegernos frente al cáncer.
El efecto rebote: de la lechuga al lechuguino
El problema es que mantener un control total sobre nuestra alimentación es algo casi imposible para el común de los mortales. Así que, cuando nos sometemos a demasiada presión, acabamos con la cabeza metida en el frigorífico, dispuestos a zampar lo que sea, o, peor aún, en un bufé libre, en el que pasamos del détox al rétox en un abrir y cerrar de boca, compensando en una sentada semanas de frustraciones y recargando hasta desbordar los depósitos de azúcar y grasa.

¡ATENCIÓN, PELIGRO DE TRASTORNO ALIMENTARIO!
En los casos más graves, la obsesión nos arrastra a entrar en un círculo infernal de restricción calórica, seguido de atracones y purgas… Pero ahí entramos en las arenas movedizas del trastorno alimentario, frente al que se impone busca ayuda cuanto antes.
La cincuentena ya viene con su lote de desafíos, pero cuando la obsesión por la comida sana se suma a la lista, lo único que conseguimos es añadir estrés y ansiedad.
ELOGIO DEL SENTIDO COMÚN Y EL PLACER CULINARIO
¿Y si en lugar de maltratarnos tratamos de guiarnos por el sentido común?
Es evidente que si, como yo, estáis en la cincuentena, parece sensato que empecemos a cuidarnos un poco: llevar una vida activa y alimentarse de forma equilibrada, lo que no significa embarcarse en una cruzada contra la glucosa, las calorías y, sobre todo, el placer.

VISIÓN CRÍTICA DE UNA SOCIEDAD TÓXICA
Este vídeo tiene mucho de autobiográfico, porque yo me he pasado la vida luchando contra los kilos de más y tratando de controlar mi pasión ciega por la comida. Probablemente igual que muchos de vosotros.
Pero lo que trato, sobre todo, es de ofrecer una visión con perspectiva de nuestra sociedad, tan obsesionada con la imagen, que se vuelve tóxica. Una sociedad de extremos en la que unos se matan a hacer ejercicio en el gimnasio y engullen proteínas, mientras otros sucumben al sobrepeso y el sedentarismo.
El bufé está abierto para que deis vuestra opinión en los comentarios. Y adelantándome a las críticas, me gustaría deciros que, entre otras cosas, soy nutricionista, aunque nunca he ejercido como tal y tampoco pretendo dar lecciones a nadie de salud y dietética. Mi único objetivo en este caso es denunciar los excesos.
Y, por favor, suscribíos, que «Tengo cincuenta y qué» no está a dieta y nos gustaría que siguiera engordando con el apoyo de todos vosotros.
Un abrazo enorme y hasta muy pronto.